MONTAÑA BOOMERANG



La montaña va y viene...
Si Mahoma no va a la montaña, 
la montaña va a Mahoma.
Una constante en la trayectoria de mi vida.

De cálidas y perezosas siestas en la hierba de la Sierra, 
fines de cursos con algarabía de niños-
Reposando y viendo los picos de la acogedora Cercedilla.
Estival niñez de dulces encuentros, 
juegos al aire libre con churretones de un polo en el vestido.
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Se agolpan en la memoria los ganados trashumantes
atravesando la Casa de Campo.
Manchas blancas y anacrónicas siguiendo al pastor 
en un cruce entre los edificios de la gran urbe y el extinto agro-
Reminiscencias de encuentros furtivos, de trincheras abandonadas,
residuos de una Guerra Civil que tejíamos con collares de pinos piñoneros.
Ocasos sentados, en sillas de tijeras, mezclando las cartas de las partidas 
con las migajas que caían al suelo 
de un recalentado bocadillo de tortilla de patatas.

Años después la vida me catapultó al mar,  al Mare Nostrum 
a una oveja de secano-
Y regando mis raíces el rumor de las olas,
la montaña me gritó de nuevo.

Montaña de zizagueantes calles 
donde sus edificios cuelgan en pendiente, llamando incesantemente al Minotauro.-
Laberinto de antiguo nombre Sagrado, Carmel, 
de eremitas del Medio Oriente.
Actual cumbre de una ciudad, donde Sísifo sube y baja su pesada Piedra.
Anarquía en su trazado, de todos sus rincones surgen mujeres, hombres y niños que alzan sus voces, arremolinándose con descaro.

Una lluvia empapa mi terraza, que observa el horizonte orlado de antenas y terrados.
Mientras, mi sentir se esponja con sus torrenteras que corren subterráneamente.

Desde cualquier ángulo de la montaña Carmelitana
se observa el último reducto de un gigante
que abre sus brazos para mostrar, 
como en un Nacimiento,
toda la estampa de Barcelona a sus pies. 
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