VERANO DE 1995

 


Julio de 1995. Apenas había transcurrido un día, con su insomne noche, que habíamos abandonado el tren Madrid-Portbou. En ese momento, el peso del cansancio se dejaba sentir por mi cuerpo, pegajoso  de sudor, plomizo a la suela de las sandalias. Otra vuelta: Rambla arriba, Rambla abajo. Demasiado tiempo  con Teresa, buceando  entre las hojas de los “ Mil Anuncios “ por palabras, escrutando las páginas de “ Clasificados” de la Vanguardia. Mirábamos cada escaparate, cada portal  en busca de alguna señal, de cualquier anuncio atrayante. Necesitábamos encontrar un lugar medianamente decente para descansar, despojarnos de la fatiga de tantos kilómetros acumulados. El futuro se nos abría como un abanico de circunstancias inciertas.

Paramos en unos asientos recalentados, con las mochilas en el ardiente suelo de las Ramblas. Observamos la ingente marea humana que nos engullía con sus variopintos vestidos. Estatuas humanas, una de un Àngel dorado, otra de un Cristóbal Colón, otra más,  muy extraña, de un escribiente que se sostenía en un equilibrio imposible. Miradas esquivas, personas de diferentes nacionalidades, ruido,, colorido y trasiego. Como un enorme organismo que se retroalimentaba, desde la parada de Plaza Cataluña. Habíamos dejado el metro, con su enorme boca de horno que nos ajustaba las camisetas pegadas al pecho, notando un fuerte olor a humedad en el aire. Mascábamos la perplejidad y los sinsabores de una jornada agitada..Madrid-Barcelona-Hospitalet y vuelta a Barcelona.

Antes de nuestra llegada para aceptar el trabajo de Hospitalet,( informatización de Registros, concurso público) Alejandro , por teléfono, nos había prometido que tendríamos un alojamiento. Nada más lejos de la realidad. El recibimiento

fue frío y con un tajante “ aquí se viene a trabajar”. Con muchos recelos porque

me leía las cláusulas del contrato, nos dijo que volviéramos al día siguiente. Nos despachó con una rapidez inusitada sin  ni tan siquiera haber podido firmar el contrato. En aquella pequeña oficina del R-5 de l’ Hospitalet sentíamos como se nos derrumbada el mundo, las paredes se estrechaban y el momento se volvía asfixiante. Volvimos a Barcelona, una ciudad que para nosotras, hasta entonces, sólo era un punto en el mapa bañado por el mar. Una ciudad desconocida y mojada para dos chicas de interior  y secano.

No podíamos más. Sentíamos la derrota del que se siente sin rumbo, el agotamiento de la distancia y la añoranza de nuestras familias. Con sentimientos controvertidos, exhaustas, con sequedad en las gargantas y las cabezas embotadas, proseguimos en el curso de una aventura que tenía la etiqueta de decepción en nuestros pies.

Estábamos observando las mareas humanas que subían y bajaban por las Ramblas, cuando Teresa rescató un arrugado papel de su bolsillo. A duras penas, pudimos leer una dirección parcialmente borrada: “ Pensió França. CarrerTallers, 5”. Entonces, no sé cómo ni en qué momento, nos dirigimos hacia una calle estrecha, atiborrada de  personajes peculiares que cruzaban con nosotras sus extrañas miradas. De sus balcones colgaban anárquicamente por igual, carteles anunciadores y ropa tendida. Finalmente llegamos a la citada dirección . Una puerta descolorida, un timbre antiguo. Teresa tocó el timbre bajo el cartel de la pensión y aún tuvimos que esperar más de diez minutos en recibir una respuesta. Desde su umbral surgió una mujer de mediana edad, entrada en carnes que respondía al nombre de Engracia. Nos dijo que tenía una habitación libre con ducha, por un precio de 20.000 pesetas al mes, lo que no nos pareció del todo mal. Nos acompañó por una escalera tan angosta que apenas cabía una persona por ella. Sus travesaños desvencijados emitían un sonido lleno de crujidos. Y la humedad, esa sensación que impregnaba cada  rincón.

Nos abrió la puerta de una habitación con sábanas limpias, que estaba de cara  a un viejo patio interior. Al momento aceptamos quedarnos y, una vez dejamos nuestras cosas, nos desplomamos en aquellas blancas camas. Jabón de Marsella y calima de verano. Rendidas ante el sueño, apenas nos desvestimos para dormir.

De madrugada, entre ensoñaciones, una neblina de pasos, correteos y taconeos se filtraban en la habitación. Cuchicheos y risas entrecortadas en el rellano, que iban subiendo de volumen. Quizás, nuestra habitación era la única  como tal, el resto, dedujimos, eran parte de un local de amores furtivos, de deseos incontenibles. Tal vez, algún turista ansioso, un marinero solitario o una mujer desesperada, yo que sé. En nuestro pensamiento se tejían historias y visiones de muy diversa índole. Puerta de entrada en la ciudad del Mediterráneo,.Mare Nostrum, nuestra vida, vida nueva….. de esto hace más de 25 años.

 


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