La primavera insiste en
despedidas, arrastrando sus cadenas de cuerdas, su lino sordo, su desnudez de
ocaso, el lienzo flameado como una sábana de lluvia. Alentar sobre un seno,
alargar la mano a tres mil kilómetros de distancia, hasta tocar la frente de cristal
en que están impresos los azules marinos, los peces sorprendidos; sentir en el
oído la mirada de las cimas de tierra que llegan en volandas, prescindiendo de
sus gimientes roces aterciopelados, no basta para alcanzar el sueño mientras se
aspira el aroma de pincho que el tallo de la flor está ocultando en embriaguez.
Dejadme entonces soñar con el silencio estéril. Acaso todo un ejército de
hormigas, camino de la lengua, no podrá impedir diez mil puntos dorados en las
pupilas abiertas. Acaso la sequedad del corazón proviene de ese dulce pozo
escondido donde mi mejilla de carne cayó con sus dos alas, en busca de los dos
brazos entreabiertos. ¡Qué espejo cóncavo recogió el corazón como dos labios y
dejó su sonrisa en la esquina difícil, allí donde la flor dejada anteanoche era
del color de la espera, del morado que se oscurecía entre los dientes! Dos
rizos de humo caín por la frente sin guirnalda, delicadamente indiferentes al
lamentar del pecho descendido. Y una abeja de hielo, parada sobre el seno, no
palidecía, por más que la flor pisada hubiese olvidado sus dos formas, su
número y su sino, y ese brutal vaivén del viento entre los dedos.
Horizontalmente metido
estoy vestido de hojalata para impedir el arroyo clandestino que va a surtir de
mi silencio. Para no ver las hojas verdes que flotarán bajo las nubes
condensadas, arrastradas por los llamamientos sedientos. Soy un plano perfecto
donde las pisadas no se notan, con tal que las pongáis en mis ojos. Con tal
que, cuando señaléis al horizonte en redondo, no sintáis el latido de la tierra
que os va subiendo a vuestra frente. Quiero dormir cansado. Quiero encontrar
aquí, en el hueco apercibido, ese caparazón liso donde cantar apoyando mis dos
labios. Ser de esperanza y lluvia que desciende del fondo del relámpago como un
pecho partido. Piedra de cal y sangre que rompe sus vagidos contra la frente
loca de luces aspeadas, de cruces fulgurantes hasta el hueso. Muero porque no
sé si la forma percibe la claridad del sol, o si el fondo del mar puede
encontrarse en un anillo. Porque tengo en la mano un pulmón que respira y una
cabeza rota ha dado a luz a dos serpientes vivas.
PASIÓN DE LA TIERRA( 1928-1929)- Vicente
Aleixandre
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