EL CRIMEN DE LA CALLE LEGALIDAD- EL CASO DE CARMEN BROTO
Enero de 1949. En medio de una fría noche invernal, tres individuos se disponen a ejecutar un crimen. Son Jesús Navarro Gurrea, un ladrón reciclado como cerrajero; su hijo, Jesús Navarro Manau, y Juan Viñas, el ayudante de la cerrajería. Lo tienen todo planeado y, para animarse, se dicen uno a otro que el suyo va a ser el crimen perfecto. Aunque, como veremos, del dicho al hecho hay un trecho… Pero antes de seguir con la historia, conozcamos primero a la mujer a quien estos tres hombres quieren matar…
Carmen Broto nació en la oscense localidad de Botana y, como tantas otras muchachas, quiso ir a la gran ciudad a buscar fortuna. Llegó a Barcelona y empezó a trabajar como chica de servicio. Pero era más ambiciosa que esto, Carmen, y sabiendo que limpiando casa ajenas nunca saldría de pobre, decidió ir a por todas. Se hizo puta, pero puta de lujo, y pronto llegó a la cima, siendo disputada por los miembros de la alta burguesía, los jerifaltes del régimen y los reyes del estraperlo, el negocio más boyante del momento.
Con su rubia melena y sus impresionantes piernas, fascinó a todos los que peregrinaban al bar Alaska para rendirle pleitesía. La joven, como años más tarde contará Joan de Segarra, se convirtió en la reina de la Barcelona canalla y en la mantenida de varios señores de la ciudad. Los nombres de algunos de estos señores se han perdido bajo una espesa capa de silencios forzados; los de otros, en cambio, como el del magnate del estraperlo Muñoz Ramonet, son secretos a voces.
¿Fue por culpa de sus influyentes contactos que Carmen Broto murió? Sigamos analizando los hechos… Los tres individuos que la habrían de matar entran en ese ambiente de la mano del más joven de ellos. Jesús Navarro (hijo) era también un mantenido de altos empresarios; pero no por sus servicios sexuales, sino por la cocaína que les proporcionaba.
11 de enero de 1949
La noche del crimen, Carmen Brotó tuvo una cita con Martínez Penas, un empresario de Tívoli. Cenaron y fueron al cine, pero después la mujer le pidió a su amante que la dejara pronto en casa. Tenía otra cita. Y es aquí donde entran en escena los tres cerrajeros asesinos con su inefable plan.
Jesús Navarro (hijo) le había contado a Carmen que estaba a punto de casarse con su novia Pepita e irse a vivir a Mallorca, y que deseaba pasar su última noche de juerga con ella. Carmen accedió. Los tres hombres alquilaron un coche, pasaron a recogerla y se fueron a recorrer bares. Su plan era emborracharla hasta la saciedad. Cuando Carmen estuviera suficientemente traspuesta, la cargarían en el coche para trasladarla al huerto que el cerrajero tenía en la calle Legalidad. Allí le darían muerte y la enterrarían en la fosa que previamente habían cavado en la caseta de los aperos. Nadie la encontraría jamás.
Pero Carmen era mucha Carmen. No en vano su vida había transcurrido prácticamente entre alcohol. Copa tras copa aguantaba el tirón, mientras que el trío asesino iba emborrachándose cada vez más. Fuera como fuese, Carmen subió al coche y algo debió pasar a medio camino porque Juan Viñas le asestó un fuerte golpe de maza en la cabeza y, con el ajetreo que se organizó en el coche, terminaron teniendo un accidente justo enfrente del Hospital Clínico. Carmen Broto salió corriendo hacia el vigilante del hospital en busca de ayuda. Pero los tres captores la persiguieron y, a saber cómo, lograron hacerle creer al adormilado vigilante que eran médicos y que debían llevarse a la mujer.
Volvieron todos al coche y entonces sí que lo que sucedió dentro del automóvil llenó toda la tapicería de sangre. Finalmente llegaron a la calle Legalidad y, más mal que bien, enterraron a Carmen, no sin antes despojarla de las joyas que llevaba encima.
Si algo puede salir mal saldrá mal, dice el dicho. Y así fue para los tres asesinos: cuando quisieron volver a poner en marcha el coche, el frío de la madrugada hizo que el motor emitiera un fuerte petardeo que alertó a los serenos y vigilantes de la zona. Los tres hombres abandonaron deprisa y corriendo el vehículo, dejando el bolso de Carmen dentro y la maza utilizada para el asesinato sobre el guardabarros. La policía solo tendría que seguir el rastro de sangre desde el coche al huerto para localizar a la finada. Tampoco sería difícil presuponer la autoría del crimen, dados los antecedentes del propietario del huerto.
La policía buscó a Jesús Navarro (padre) para acusarle de la muerte de la prostituta, pero cuando lo encontraron éste ya estaba muerto. Al día siguiente, también Juan Viñas apareció cadáver. Ambos habían sido envenenados con cianuro potásico.
Si callas vivirás
Jesús Navarro (hijo) fue detenido. El asesino se escudó en un pertinaz silencio. Un silencio que convenía a muchos; las actividades de Carmen y los nombres de sus influyentes clientes no debían salir a la luz. En una entrevista concedida a La Vanguardia años más tarde, Jesús Navarro declaró que ese silencio le había salvado la vida. Gracias a las gestiones de los influyentes personajes del círculo de Carmen, le conmutaron la pena de muerte por una pena de cárcel.
Y, posteriormente, en 1960, se ganó el indulto con un libro que, por indicación de sus protectores, escribió en honor a Franco. El libro se tituló Luz y paisaje: interpretación del alma de España y su unidad a través del paisaje, y hacerlo llegar a Carmen Polo de Franco fue clave para su excarcelación.
Interrogantes abiertos
«Un crimen tan tosco y burdo como el que se nos ha presentado, que deja tantos cabos sueltos, que abre tantas puertas a la investigación policial como el presente, no parece ser ejecutado por unos habituales del robo», escribió el periodista de La Vanguardia en la crónica del 16 de enero. Y es que el porqué del crimen nunca fue agua clara. Que Jesús Navarro (padre) fuera un experto ladrón que hubiera podido obtener el mismo botín sin necesidad de matar hace pensar que se trató un crimen por encargo.
¿Por encargo de quién? ¿De los anarquistas con los que se relacionaba Navarro padre y que podrían estar enfadados con Carmen por delatora? ¿Por encargo de personajes de la jerarquía franquista que habían sido fotografiados con menores y habían recibido chantajes de la muerta? ¿Por «celos homosexuales»? ¿Por algún ajuste de cuentas por tráfico de drogas?
«Entre todos la mataron y ella sola se murió», dijo alguien. Y es que sobre este asunto, como dicen Manuel Trallero y Josep Guixà en su libro La invención de Carmen Broto, todos mienten.
El asesinato de Carmen Broto
Francisco Pérez Abellán
6 de mayo de 2005
Los personajes del régimen hacen (y disfrutan de) fortunas. Navarro quiere participar de esa vida de lujo que se filtra por los resquicios de una sociedad dolorida y esquilmada, no importándole convertirse en un joven mantenido. Uno de sus sueños es casarse; no como la culminación de un gran amor, sino para fraguar un cambio de posición social. Pero mientras conserva una novia tímida, decente y embarazada, frecuenta a una de las más afamadas prostitutas de lujo: Carmen Broto –Carmen Brotons, en su DNI–, la número uno de Barcelona.
Carmen es una mujer hermosa que va de rubia desgarrada. Posee un cuerpo atractivo y sensual. Tiene 30 años. Nació en Bolaña, Huesca. Llegó a Barcelona como muchas otras muchachas y se colocó como chica de servir, hasta que descubrió que de esa forma jamás dejaría suficientemente atrás un pasado de estrecheces.
Su historia no es una más, porque Carmen sabía lo que quería. Aprendió que le bastaba sacarse un poco de partido para hacer estragos entre los hombres de la alta sociedad. Algunos de los más importantes pasaron a ser sus protectores, y al final de su vida estaba muy bien relacionada. A ello le ayudó declararse partidaria de Franco en una sociedad donde la lealtad al régimen era un valor seguro. Se estableció en el número 6 de la calle del Padre Claret. Vivía sola.
Poco a poco se había hecho con una pequeña fortuna y una hermosa colección de joyas. Era una mujer confiada, por lo que no se recataba en lucir sus alhajas cuando salía a divertirse con los hombres que eran la base de su negocio o con sus amigos. Entre estos últimos se contaba Jesús Navarro, el chico apuesto y bien plantado por el que sentía debilidad.
No lo sabía con certeza, pero se imaginaba, por sus expresiones y sus conversaciones a medias, que él se dedicaba a algo parecido a lo suyo, debatiéndose entre el firme impulso que le llevaba a querer casarse y la debilidad por la vida regalada, que le tentaba con la posibilidad de disponer de protectores que le llevaran a ese lado del paraíso donde ambos querían estar. Jesús era el maestro de la ambigüedad, y en ella seducía a Carmen, que disfrutaba de su compañía. Él, por su parte, sentía verdadero cariño por ella.
A Jesús nunca se le hubiera ocurrido hacerle daño. Pero estaba bajo la influencia de un delincuente profesional: su padre. Era éste un hombre fichado como «espadista» –esto es, especialista en abrir puertas y cajas fuertes con llaves falsas–, así como por otros actos delictivos nunca bien investigados.
El padre de Jesús pasaba por una racha de necesidad. Así que empezó a hablar a su hijo de Carmen. De su afición a las juergas. De sus joyas. Lo mejor, para sus planes, es que acude siempre que Jesús la llama. «Ahí tienes una gran oportunidad. Es la solución para tus problemas», intenta convencerle. Y le traza un plan en apariencia muy fácil: se trata de poner un anzuelo a Carmen, invitándola a una de esas noches interminables de risas y alcohol. El objetivo: que beba hasta quedar indefensa; luego habrá que matarla y deshacerse del cadáver.
Aunque el plan resulta convincente, sólo pensar en ello saca de quicio a Jesús. Le dice a su padre que se olvide, que no piensa hacerlo. Pero su progenitor no es hombre que se dé por vencido y sigue trabajándolo finamente. A su favor está que Carmen es una mujer que tiene fama de alocada, de tomar decisiones rápidas e imprevisibles, por lo que si desaparece tras una aventura amorosa nadie se extrañará. Le recuerda a Jesús que no la echarán de menos porque apenas tiene familia: sólo una hermana, con la que hace tiempo que no se trata.
Para hacer más fuerza en su argumentación, le confía un gran secreto: unos años atrás él mismo hizo desaparecer de una forma similar a un chófer del que nadie ha vuelto a acordarse. Pero Jesús piensa en Carmen y se horroriza. En un intento de escapar a tanta presión se confía a un amigo íntimo: Jaime Viñas, de 29 años, con el que comparte amistad y ambigüedad. A Viñas le parece un plan perfecto, por lo que, cogido entre dos fuegos, Jesús se deja arrastrar por el sueño que le pintan: un futuro de lujo gracias a las joyas de la Broto.
El 10 de enero los tres consideran llegado el momento de actuar. Alquilan un coche para la ocasión. Por la tarde Jesús llama a Carmen y le ofrece una de esas noches desenfrenadas que ambos han vivido ya más de una vez. Carmen acepta encantada, pero la cita debe producirse después del trabajo.
Antes tiene que salir con uno de los hombres que la mantienen. Asiste a la sesión nocturna del cine Metropol, donde, como una premonición, pasan la película Almas en suplicio, una historia desatada de pasiones y crímenes. Después regresa, con su acompañante, a su domicilio. En la calle le espera, en el vehículo alquilado, Jesús. Para que no haya duda, éste hace con los faros la señal convenida.
Nada más marcharse el cliente, Carmen vuelve a salir, alborozada. Fresca y sonriente, se dirige al coche de Jesús, donde se lleva una desagradable sorpresa: en vez de encontrar solo a su amigo lo halla en compañía de Viñas; pero, dispuesta a divertirse, decide seguir adelante. Los dos hombres ponen en práctica lo que tienen pensado e inician una larga peregrinación por varios bares. Visitan diferentes locales en el Paseo de San Juan, y toman varias consumiciones en cada uno de ellos.
Se desplazan a lugares de alterne de las calles Rosellón y Casanova. Aunque Carmen bebe mucho, tiene gran resistencia al alcohol, por lo que todavía deben tomar una última copa. Cuando da muestras de estar suficientemente bebida, la llevan al coche y se ponen en marcha, en busca del mejor lugar para perpetrar el crimen.
Al pasar delante del Hospital Clínico, Viñas decide que ha llegado el momento de actuar, y mientras Carmen está distraída la golpea fuertemente en la cabeza con un pesado mazo de madera. Pero la mujer se revuelve y pelea con su agresor. Jesús detiene el automóvil para ayudar a Viñas, y Carmen aprovecha para escapar. Sale del vehículo y da varios pasos antes de desmayarse.
Un vigilante del hospital ha presenciado la escena: parece que la mujer está salvada. Pero los dos compinches consiguen engañarlo. Le convencen de que son médicos y de que la llevan a una clínica para recuperarla de un coma etílico. Representan tan bien la comedia que incluso consiguen que el vigilante les ayude.
Con Carmen agonizando se desplazan al huerto de la calle Legalidad, donde han convenido encontrarse con el padre de Jesús. El viejo delincuente queda espantado al verlos llegar llenos de sangre. Comprueba que Carmen ha muerto. Se da cuenta en seguida de que todo aquello es una chapuza, de que han dejado demasiadas huellas, pistas fáciles para la policía. Rápidamente despoja de las joyas a la víctima y se las entrega a su hijo. Viñas y él se ocuparán de enterrar al cadáver mientras Jesús se desprende del coche.
Los tres se asean y cambian de ropa en el hogar de los Navarro. Hacen balance del botín: algo de dinero y joyas. El viejo les dice que lo han hecho todo mal y les prepara para lo peor. Les aconseja que abandonen la ciudad. Y les informa de que tiene preparada una dosis de cianuro por si le cogen. Viñas interviene para decir que él tampoco dirá nada: también tiene preparado su cianuro.
Poco después la policía detiene a Jesús. No tarda mucho en hacerle hablar. Cuando van en busca de su padre lo encuentran muerto, en el número 246 de la calle de la Industria. A Viñas tampoco le cogen vivo: cumple su parte del pacto de silencio tomando su dosis en un hotel de la calle Mendizábal.
Pero esta es la versión oficial, a la que nadie concede crédito. Sexo, poder y dinero se mezclan tras las enigmáticas existencias de Carmen y sus asesinos, lo que da pie a sospechar que aquélla fue eliminada porque molestaba a alguien muy poderoso, inmerso en peligrosos negocios ilegales. Tal vez era uno de los hombres a los que se rumoreaba trató de hacer chantaje con fotografías tomadas mientras mantenía relaciones sexuales con menores de edad. Debía de ser alguien con el poder suficiente para ordenar la muerte de los asesinos y ser obedecido de inmediato.
Sin embargo, hasta donde llegan los datos comprobados, a Carmen la asesinaron para robarle. Su cuerpo apareció despojado de cuanto llevaba de valor. Y pudo comprobarse que, mientras se divertía con sus asesinos, alguien entró en su casa para robar, probablemente, el padre de Navarro, que había recibido de su hijo una copia en masilla de la llave.
Otra de las pintorescas versiones del drama fue la del propio Jesús Navarro, condenado a muerte, indultado (octubre de 1952) y, finalmente, puesto en libertad (1960): llegó a afirmar que Carmen Broto fue «eliminada» porque era confidente de la policía y delatora de los enemigos del régimen franquista, por lo que se la consideraba culpable del fusilamiento de varias personas. Se arrogaba así, de paso, un papel más airoso que el de simple asesino.( la Vanguardia )
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